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(Casi) nadie se mesa la barba meditabundo

  • conqdequevedo
  • 16 sept
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 29 sept

—¡¡No puedo con mi vida!! —exclamó, mesándose la barba desesperado.
—¡¡No puedo con mi vida!! —exclamó, mesándose la barba desesperado.

Anoche estaba leyendo una antología de relatos de horror cósmico que tenía por casa desde hacía años y a la que aún no había hincado el diente. La publicó en su día una editorial española ya extinta de la que me reservaré el nombre, pero que era bastante conocida en el mundillo por dos razones: su loable trabajo como difusora de la literatura de terror y, mucho me temo, sus flojas traducciones. El libro en cuestión destacaba en ambos ámbitos.


«¿Un traductor leyendo un libro traducido?», se escandalizará alguien. Pues sí. A veces, se aprende tanto (si no más) leyendo un libro mal traducido que uno mal escrito en su lengua de origen. La de calcos que nos hemos comido con papas después de que hayan pasado los filtros editoriales…


En fin, el caso es que estaba leyendo tan tranquilo (o más o menos) cuando, ¡zas!, de pronto me topo con esto: «El hombre, pensativo, se mesó la barba mientras valoraba el siguiente paso». Es una expresión que hemos visto a menudo los aficionados a la lectura y que incluso hemos usado en nuestros propios textos. Y está bastante clara la acepción con la que creemos usarla en estos casos: juguetear con el pelo (ya sea barba, ya sea cabello), acariciárselo o atusárselo de forma reflexiva. Si se me permite la broma, es algo muy propio de monarcas, nobles guerreros y hombres sabios no precisamente lampiños: «Desde el trono, el anciano rey se mesó la barba mientras reflexionaba sobre la noticia que acababan de darle».


Lo curioso es que, si observamos lo que nos dice el DRAE sobre la palabra mesar, veremos que su (única) acepción no se ajusta del todo a la imagen que tenemos en la cabeza:


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¿Arrancarse el cabello o la barba? ¿Como llevados por un ataque de histeria? Bueno, o llevados por la tristeza, la desesperación o la ira. De hecho, el verbo mesar viene del latín messis, que significa «segar», y que a su vez ha originado la palabra mies (bastante vinculada semánticamente, como sabemos).


Antiguamente, había personas que se arrancaban el cabello como modo de exteriorizar una tristeza o una furia muy profundas. Y, todavía hoy, algunas se lo arrancan de forma compulsiva en situaciones de gran estrés o de mucha ansiedad, en lo que se conoce por «tricotilomanía», es decir, el deseo irresistible de arrancarte tu propio cabello.


Hay diversos textos escritos en latín donde vemos este uso académicamente correcto del verbo «mesar». Sin embargo, algo ocurrió en el siglo XX, cuando de pronto empezó a propagarse como una plaga entre los escritores ese otro uso sacado de la manga.


Por ejemplo, en Rautia, la bailarina, de Roberto Arlt, se nos dice que «Ibu Abucab se mesó, pensativamente, la barba. De modo que el desconocido era hermano de una favorita del Califa». Cuesta imaginar cómo puedes arrancarte la barba entera pensativamente, la verdad.


Incluso el mismísimo Camilo José Cela hizo un uso aparentemente indebido en su obra Judíos, moros y cristianos: «La dama de luto rompió a llorar. El vagabundo, que se sintió poderoso como un patriarca, se mesó la barba sin dirigirle una sola e inoportuna palabra de consuelo». De nuevo, cuesta imaginar cómo puedes arrancarte la barba entera aun sintiéndote poderoso como un patriarca. Pero no seré yo quien cuestione a un premio nobel, válgame Dios…


Y ya no os cuento la cantidad de fantasías heroicas y horrores cósmicos donde la dichosa estructura se repite como una auténtica invasión de los ultracuerpos gramaticales… Vamos, tanto se repite que dan ganas de mesarse la barba entera, pero de pura frustración y avalados por la RAE.


Así que, recuperando el título de esta entrada, repitamos juntos: «Nadie se mesa la barba meditabundo». A no ser que padezcas tricotilomanía, claro.


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