¿Estamos secuestrados por el idioma inglés?
- conqdequevedo
- 2 oct
- 5 Min. de lectura

Hasta en la sopa..., and you know that.
Sí, sé lo sensacionalista que suena el título de esta nueva entrada, pero a veces es esa la sensación exacta que tengo cuando veo (y escucho) determinadas cosas. Ojo, no me estoy refiriendo a los préstamos lingüísticos o a determinados calcos. Estos son inevitables a veces e incluso resultan imprescindibles en otras, pues enriquecen nuestra lengua, la renuevan, hacen que se mantenga viva y en evolución.
Yo me refiero más bien a otros dos fenómenos un tanto más «resbaladizos» de los que no veo que se hable demasiado, pero que, sin duda alguna, están ahí, porque los veo repetirse con frecuencia.
Para abordar el primero, recurriré a una confesión personal: hola, me llamo Javier Quevedo Puchal y soy consumidor de pódcast. Qué le vamos a hacer, soy una de esas personas… Cuando saco a pasear a Noa, mi perrita, o cuando limpio la casa, me gusta ponerme mis cascos con cancelación de ruido y escuchar alguno de mis pódcast favoritos. Me hacen compañía y me entretienen mientras aprendo, qué quieres que te diga.
Pues bien, un día estaba escuchando uno de estos, llamado Marea nocturna y dedicado al cine de terror. De pronto, uno de sus colaboradores habló de la película de 1961 que había dado título al programa: Night Tide. Al principio, dijo el título en castellano, pero de pronto prefirió pasarse al título en inglés, pues le parecía que «mola más», que «suena mejor». Cito de memoria, pero el mensaje era ese, ni más ni menos.
Yo me quedé estupefacto. Pronuncié en voz alta varias veces nuestro «marea nocturna», fijándome en la musicalidad (preciosa, bajo mi punto de vista) que adquirían aquellas sílabas en mi boca. Las consonantes oclusivas, las vibrantes, las velares… Las tres sílabas que componían cada palabra, con una subida en la entonación justo en la segunda sílaba de cada. Sonará a locura, pero prácticamente podía visualizar aquella marea saliendo de mí, como si cada palabra fuese una ola encrespada. «Ma-re-a… noc-tur-na». Os lo juro, me sonó hipnótico.
A continuación, repetí el mismo ejercicio con la versión inglesa. «Nait taid», dije. Y estoy seguro de que compuse una mueca decepcionada, porque es justo la que acabo de esbozar mientras escribo esto. ¿En serio le sonaba mejor eso? «Nait taid», repetí. A mí me sonaba como dos machetazos. O a marca comercial de bebida energética. Desde luego, no me parecía que aquella expresión adquiriese la musicalidad arrebatadora de la versión traducida. Ni siquiera tenía su complejidad, pues no decía nocturnal tide o algo así, se quedaba en un simplón night tide. Pero, por algún motivo que se me escapaba por completo, aquel locutor prefería con mucho la versión inglesa.
Me hago cargo de que todo esto puede parecer bastante subjetivo (quizá incluso ofensivo para alguien, y me disculpo por ello), pero así es el amor. Porque, en efecto, podría decirse que en los últimos veinte años he vivido justo eso: un proceso de (re)enamoramiento de mi idioma. Y si ha ocurrido así es porque en todos los años anteriores había vivido un proceso de enamoramiento del inglés, que comenzó en mi infancia escuchando a Madonna o a Queen, siguió con las clases de inglés en el colegio y el instituto (mis favoritas) y culminó en la universidad, cuando estudié Filología Inglesa.
Recuerdo que, cada vez que descubríamos la facilidad con la que se forman palabras en inglés, una de mis profesoras nos decía entusiasmada su lema comercial favorito: «English is easy!». Y le doy toda la razón: aunque sea a nivel usuario, se trata de un idioma fácil de aprender. No solo fácil, sino muy práctico. Ahí lo vemos en expresiones como food truck, por ejemplo. Si es un truck donde venden food, ¿cómo vamos a llamarlo, sino food truck?
Bueno, pues nosotros tenemos otra forma de llamarlo: «gastroneta». Y, aunque sé que a muchos les sonará a afección médica (como a «gastroenteritis» o algo así), a mí esa combinación de «gastronomía» y «furgoneta» me parece de lo más ingeniosa y juguetona. Por desgracia, lo de food truck ya había calado demasiado rápido en mí antes de que conociera nuestra versión en español, de modo que me cuesta cambiar el chip, al menos en el habla oral. Quizá esto demuestra que, además de ser más fácil, el inglés tiene mucho mejor marketing (o mercadotecnia, ya que estamos).
Y esto me lleva al segundo fenómeno que he observado de unos años a esta parte: el olvido progresivo de nuestro propio idioma. Bueno, quizá la palabra olvido sea un poco fuerte, pero tampoco se me ocurre de qué otro modo llamarlo. ¿Quizá dejadez? Una vez más, recurriré a un par de ejemplos a raíz de mis escuchas de pódcast en castellano.
En el primero de ellos, hablaban sobre la película de terror (como he comentado, me gusta el género) Possession, de Andrzej Zulawski. En ella, hay una escena muy famosa donde el personaje de Isabelle Adjani sufre de forma espontánea una especie de aborto sobrenatural en el metro de Berlín. Pues bien, uno de los locutores del pódcast comentó lo perturbadora que le parecía la escena del miscarriage. Esa fue la palabra que usó: miscarriage. Por algún motivo, le salió con más naturalidad el vocablo inglés que su equivalente en español: «aborto». Y os aseguro que no era porque en la película en versión original lo usen, pues nunca se explicita verbalmente lo que vive en esa escena el personaje de Adjani.
Quizá se debía a que el locutor en cuestión se había documentado sobre la película y todos sus artículos o libros estaban en inglés (me imagino), así que había interiorizado dicha palabra. Pero en ambos idiomas es un sustantivo de uso bastante común; no se trata de una realidad ajena, extraña e infrecuente a la que corresponde una palabra compleja. Por eso no deja de resultarme desconcertante que, casi por inercia, le saliera antes el vocablo inglés que el nuestro.
El segundo ejemplo ocurrió en un pódcast distinto, donde uno de los locutores valoró de forma muy positiva que cierto actor (no recuerdo cuál) «entrega una actuación excelente». El cerebro se me cortocircuitó al escuchar aquella expresión absolutamente marciana, una obvia traducción literal del «delivers an excellent performance» inglés. Y ojo, porque estamos hablando de un periodista especializado en cine. Me sorprendió que le surgiera de forma más natural eso que «ofrece una actuación excelente», que con toda probabilidad es lo que siempre había leído y escuchado a decenas de críticos hispanoparlantes, al menos hasta que (sospecho) comenzó a consumir más cosas en inglés.
Quizá alguien se esté preguntando qué propósito persigo con esta entrada. Tal vez incluso se me acuse de anglófobo. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que quiero es romper una lanza a favor de apreciar la belleza de nuestro idioma, a favor de (re)enamorarnos de él. Porque claro que está fenomenal aprender otros idiomas, faltaría más…, pero, por favor, que eso no implique olvidarnos del nuestro ni hacerlo de menos.
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