¿Qué implica ser escritor?
- conqdequevedo
- 27 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 29 sept

Tantas veces hemos escuchado esta pregunta que, con toda probabilidad, ya se ha convertido en un cliché como cualquier otro: ¿qué convierte al escritor en escritor? Las respuestas son tan variadas y, a veces, contradictorias que nunca lograríamos ponernos de acuerdo. Para algunas personas, escritor es simplemente quien escribe (del mismo modo que tonto es quien hace tonterías, como dijo Forrest Gump). Pero para otras no basta con eso: escritor es quien escribe ficción.
Otra idea bastante extendida es que, para ser escritor, hay que haber publicado alguna vez. Aunque en ocasiones tampoco basta con esto: publicar en un blog no te convierte en nada, tienes que haber publicado en algún medio impreso. Y si nos ponemos exigentes, ni con esas, porque no me vas a comparar a quien ha publicado un relato de mala muerte en una antología aleatoria con quien ya ha publicado su propia novela. Algo que, por cierto, también tiene sus pegas, pues no es lo mismo haberte autopublicado que haber firmado contrato con una editorial editorial. Aunque eso de «editorial editorial», me vas a perdonar, habría que mirarlo con lupa. Que hay editoriales y editoriales...
Si empezáramos, no acabaríamos. Siempre tropezaríamos con un nuevo límite tres pasos más allá de donde habíamos dejado el anterior. No en vano, también hay quienes miden el estatus de escritor por el número de obras publicadas. ¿Cuántas son necesarias, como mínimo, para considerarse un escritor de pura cepa? ¿Dos? ¿Quizá tres? Hace bastantes años, contacté con una editorial para ofrecerles la que iba a ser mi cuarta novela, Lo que sueñan los insectos. Por aquel entonces, yo no lo sabía, pero la editorial (cuyo nombre me reservo, más por vergüenza propia que ajena) era de autoedición encubierta. Cuando hablé con la editora, me dijo algo que me dejó absolutamente anonadado: «Para los autores noveles (o seminoveles, como tú)...». Seminovel. Un adjetivo que se me quedó clavado en el alma. ¿Seminovel yo? Tras haber publicado tres novelas y otros tantos relatos en antologías colectivas, tras haber sido finalista al Premio Shangay y el Premio Ignotus, y ganador del Premio Nocte..., ¿seminovel yo? (Tampoco me lo planteé por aquel entonces, pero hoy sé que no faltará quien distinga entre «premios» y «premios de verdad»). Como os podéis figurar, empecé a plantearme si tampoco bastaba con eso. ¿Se refería a que tres novelas eran muy pocas como para considerarme escritor escritor? Quise pensar que no, porque si de verdad aquella señora pensaba así, más le valía que Juan Rulfo y Franz Kafka no se levantaran de su tumba para decirle cuatro cositas. ¿O a lo mejor se refería a que las había publicado en editoriales de mala muerte? ¿O quizá a que no encajaban en géneros «dignos» (de esto hablaremos en futuras entradas)?
El escritor Abelardo Castillo defiende que «ser escritor no es publicar, no es tener éxito ni ninguna de esas cosas. Kafka no se sentía escritor, Virgilio quería quemar La Eneida y la poeta Emily Dickinson no publicó nunca (su obra es póstuma). Los lectores y, sobre todo, el tiempo son los que deciden; pero a veces hay una convicción profunda de algunas personas que les hacen decir soy un escritor. Entonces, es también una decisión personal, sólo que esa decisión personal no siempre basta». Probablemente, hay tantas definiciones para la palabra escritor como personas que se tomen la molestia de definirla.
Por aportar mi granito de arena, os confieso que no me consideré escritor hasta que publiqué mi tercera novela. O, mejor dicho, no empecé a autodefinirme como escritor, con la boca llena y sin rubor alguno, hasta entonces. ¿Por qué resultó decisiva la tercera novela? No por el número en sí, ni por el cambio de editorial, ni por el reconocimiento, las nominaciones y el premio. Fue más bien por otro cambio (me da pudor hablar de «evolución») en mi conciencia. Por un cambio, tal vez propiciado por el contacto con otros escritores, en mi forma de percibir la labor de escritor en sí. De pronto, ya no consideraba esto un pasatiempo insustancial, sino un oficio. Tal vez no uno que me haría millonario, pero sí uno que exigía determinadas herramientas para desempeñarse con éxito. Y yo no solo las tenía, sino que además las usaba. Supongo que esa autoconsciencia lo cambió todo. ¿Valdría esto para otros «teóricos» del oficio de escritor? Puede que no, pero a mí sí. ¿Y vale la pena? Lo de ser escritor, digo. De eso hablaremos en la siguiente entrada, así que estad atentos.
Para más información sobre mis servicios de asesoría literaria, haz clic aquí.



Comentarios